Adam Bielecki es el digno sucesor de una generación que cambió para siempre el alpinismo. Cuando en los años ochenta los escaladores polacos escaparon del hermético comunismo que vivían, de la extendida pobreza generada por las guerras y la carencia de posibilidades para los logros individuales, su determinación fraguó la conquista invernal de las grandes montañas del Himalaya, como una explosión de libertad iniciada por Krzysztof Wielicki en el Everest (1980). Jerzy Kukuczka, Wojciech Kurtyka y el propio Wielicki se hicieron eco de la filosofía de Andrzej Zawada, quien impulsó la idea de coronar los ochomiles en la estación fría como única fuente de innovación en las montañas, tras la imposibilidad de las anteriores generaciones para unirse a la edad dorada del himalayismo, cuando sus vertiginosos gigantes fueron escalados por primera vez. Una revolución incontenible a golpe de piolet.
Ahora, hollados todos los ochomiles en invierno excepto el resistente K2, Adam recoge un testigo que podría servir para cerrar el círculo iniciado en el Everest hace casi cuatro décadas. Junto a Janusz Golab y Artur Hajzer, y liderados por el incombustible y legendario Krzysztof Wielicki, se lanzarán el próximo invierno al envite definitivo, la conquista de ese último ochomil, el más peligroso de todos, el nudo gordiano del alpinismo mundial. Se merecen este gran logro del esfuerzo humano.
La carrera de Adam en las montañas ha sido meteórica. Apenas rebasada la treintena ya se ha convertido en el nuevo héroe del alpinismo de su nación gracias a magníficos hitos como las ascensiones invernales del Gasherbrum I y el Broad Peak, nunca logradas con anterioridad. El K2 sería la guinda de una trayectoria descomunal. "Crecí con los libros e historias de Wielicki o Kukuczka, y desde pequeño sabía que quería ser uno de esos escaladores de gran altitud y continuar su labor en las montañas. Ellos me inspiraron, pero ahora estoy en la posición de aportar algo a la historia del alpinismo polaco, de seguir mi propio camino", nos cuenta Adam, con el que hemos coincidido en el marco de la XII edición del Festival de Cine de Montaña Andrzej Zawada que se celebra estos días en Polonia. "Vamos a formar un equipo muy sólido, tenemos un jefe de expedición con toda la experiencia y conocimientos necesarios, creo que tenemos muchas posibilidades en el K2... teniendo en cuenta la magnitud del desafío que afrontamos. Si no creyese en ello, no iría a la montaña".
Adam Bielecki en el XXII Festival de Cine de Montaña Andrzej Zawada. Foto: Jorge Jiménez Ríos
Padre de dos hijos, reconoce los riesgos de este reto homérico, pero se muestra confiado. "Ya me había convertido en un alpinista prudente antes de formar una familia. El verdadero peligro lo pasé cuando tenía unos 16 años y me iba a escalar casi sin material, sin experiencia. Ahora soy muy consciente de mi actividad y nunca arriesgaremos de más". Llegados a esta época, en que sólo resta el K2 por ser doblegado bajo la severidad del invierno del Karakorum, quizá sería una buena idea que el alpinismo global se conjurase para dejar la montaña en las testarudas manos polacas. "Sería precioso, pero las montañas no pertenecen a nadie. Estaría muy contento si cualquier otro lograse la ascensión, aunque por supuesto sería una historia genial poder culminar esta trayectoria que el alpinismo polaco inició en el Everest".
Aún deberemos esperar el cambio de estación para seguir los pasos de la cordada hacia esos 8.611 metros, donde la montaña guarda su preciado último tesoro. Una actividad que cerraría una era de glorias y penurias en los titantes del mundo. "Por supuesto el K2 no es lo último que le queda al alpinismo polaco. No ha nacido ningún alpinista que haya escalado todo lo que ha querido. Hay muchas montañas en el mundo, muchas ideas para hacer nuevas rutas, escalar cimas por primera vez, repetir ascensiones en estilos más limpios. Hay posibilidades para muchas generaciones después de la mía".