El alpinismo es, quizá, el deporte en el que sus practicantes se preguntan más a menudo las profundas razones que les llevan a practicarlo. Hay que viajar cientos o miles de kilómetros, acarrear pesadas mochilas, soportar extremas condiciones meteorológicas, hambre, sueño, prolongado sufrimiento y riesgo mortal continuado. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué lo hacemos? Son las preguntas que aficionados y espectadores se formulan constantemente.
George Mallory, posiblemente el primer conquistador del Everest en 1924, ante la pregunta de “¿por qué escalar montañas?” que le formuló un periodista, respondió con un lacónico: “Porque están ahí” que ha pasado a la historia, no porque la información aportada fuese esclarecedora, sino porque la aparente simplicidad de la respuesta encierra toda la profundidad de la acción del alpinismo. Walter Bonatti, uno de los más grandes alpinistas de todos los tiempos fallecido por enfermedad en 2011, decía que fue la curiosidad la que le llevó a la montaña. La curiosidad por conocer un vasto mundo donde todavía quedaban espacios vírgenes y la curiosidad por conocerse a sí mismo. Para Reinhold Messner, primer hombre en escalar todas las cumbres de más de ocho mil metros del planeta, su alpinismo es un ejercicio de renuncia. Renuncia a la ayuda artificial, al oxígeno, a las cuerdas fijas, a los porteadores de altura, a los teléfonos móviles e incluso renuncia a los compañeros. Sus ascensiones han estado marcadas por una ética estricta en la que él, el hombre, se enfrenta a la montaña sin más ayuda que su fuerza, su inteligencia y un mínimo de equipamiento. Por ello cuando en una entrevista le preguntaron por su mayor logro, no habló de cumbres ni de paredes del Himalaya y respondió: “Mi mayor logro ha sido sobrevivir”.
Cuando el escritor Colin Thubron se dirigía hacia el Kailash, la montaña sagrada de la mitología tibetana, su guía, al ver a un hombre mayor y encanecido, le preguntó: “¿Por qué hace esto? ¿Por qué viaja usted solo?”. Thubron, que había emprendido el viaje apesadumbrado por la reciente muerte de su madre y los anteriores fallecimientos de su hermana y de su padre, replicó al sherpa: “No puedo responderle. Hago esto por los muertos”. Quizá dentro de las muchas interpretaciones que podemos encontrar sobrelos motivos que empujan al hombre a buscar el peligro en las montañas la de Thubron es la respuesta que más se acerca al tema que quiero tratar hoy.
Según Alejandro Jodorowsky, creador de la psicomagia y uno de los padres de la psicogenealogía, cada uno de nosotros está habitado por las tres generaciones que le preceden, lo que hace un mínimo de catorce personas. Es decir, que para los psicogeneólogos el individuo es uno más entre catorce de sus antepasados con sus dramas, sus triunfos y sus secretos. Jodorowsky afirma que estamos “poseídos” por nuestras familias, en especial por las relaciones con nuestros padres, que juegan un papel primordial en la construcción de la psique de un individuo. Por ello, siempre según las teorías del polifacético intelectual chileno, es muy importante “desatar” esos nudos con el pasado e ir descargando el peso de las experiencias de vida que no nos corresponden. Un ejemplo relatado por Jodorowsky es el bautizo de un hijo con el mismo nombre que su padre, o su abuelo, lo cual generaría en el sujeto una gran carga al ser una proyección del proyecto vital de las generaciones anteriores y no un individuo diferenciado, con proyectos y pensamientos propios. Esto podría causar dificultades en la búsqueda de identidad o una abrumadora sensación de responder a demandas familiares implícitas.
Emmanuel Ratouis, guía de alta montaña, alpinista, esquiador extremo, escritor y psicogeneólogo, ha escrito un libro que ofrece respuestas fuera de lo común a la eterna pregunta del "¿por qué lo hacemos?". Emmanuel ha estudiado a sus compañeros guías por medio de encuestas y trabajos en su consulta. Emmanuel ha analizado su árbol genealógico y el de otros compañeros de profesión y de aventuras extremas y ha llegado a la conclusión del británico Colin Thubron: escalamos por los muertos. Escalamos por aquellos que nos precedieron y que nos dieron vida. Ascendemos montañas con un inminente peligro de accidentarnos porque nuestros antepasados murieron en lo físico pero no en lo psicológico. Están todavía dentro de nosotros y según Ratouis, esa es una de las razones que nos lleva a menear el piolet.
Pourquoi j´aurais dû mourir en montagne? Ratouis, Emmanuel. Editorial Tupilak, 2007.